La segunda vida de ……..

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Monsieur Garcin

 

Toda una vida vendiendo lámparas en Marsella y, al jubilarse, ‘¡voilà!’,

se convierte en fotógrafo de culto y en su propia musa. Gilbert Garcin

Es un moderno de 78 años.

IMAGENES FOTOGRAFIAS GILBERT GARCIN

«Mi consejo a los jóvenes artistas es que practiquen seriamente a partir de los 65»

El fotógrafo francés que encandila en los museos y galerías de arte

es un anciano septuagenario que esperó a jubilarse como vendedor

de lámparas en Marsella para destapar al genio que llevaba dentro.

Superada la frontera en la que, por lo general, las gentes se deslizan

psicológicamente en el tiempo de descuento, Gilbert Garcin ha dado

rienda suelta a una pasión tan inesperada como explosiva.

«Trabajo más que cuando me dedicaba a mi negocio porque ahora

no lo hago por dinero, sino por pasión, y la pasión no tiene límites»,

indica.

A sus 78 años, este hombre nacido en La Ciotat, a 30 kilómetros

de Marsella, vive en plena efervescencia creativa.

«Las ideas me despiertan por la noche, y son tan absorbentes que me

gano los reproches de mi mujer, pero no puedo parar», afirma. Y es evidente

que este hombre de expresión severa, cráneo potente, de elegante

figura, ha encontrado la felicidad creativa que nunca soñó con alcanzar.

Porque lo curioso es que antes de que Monsieur Garcin comenzara

a labrarse esta segunda existencia, su álbum de fotos no pasaba de

ser un convencional compendio de retratos familiares y

estampas-testimonio de las vacaciones anuales.

¿Cómo es posible que con esa pobre disposición para la imagen,

esté ahora deslumbrando con una obra fotográfica que hurga

directamente en nuestras frustraciones, nuestros deseos,

nuestros temores? Tras una vida sin historia, aquel comerciante

gris, ciudadano del montón, dedicado a su familia y a su comercio,

ha logrado desbaratar el prejuicio de que el arte contemporáneo es

un terreno reservado para los jóvenes.

Animada por un humor latente, implícito, la obra de Garcin

(que se acaba de recoger en Francia en el libro Tout peut arriver)

juega con el absurdo y lo extraño, con la angustia, las ilusiones

y los límites humanos desde una posición que le sitúa fuera de

las corrientes fotográficas en boga. Es una comedia que en

ocasiones roza el patetismo, una broma muy seria construida

con falsos aires de tragedia griega, que nos remite al cine mudo

de Jacques Tati y de Chaplin. El mismo blanco y negro, la misma

economía de medios, el mismo expresionismo.

Nuestro hombre dice que no encuentra explicación a su éxito,

pero cada una de sus fotos es un ejercicio de existencialismo

que, de un solo golpe, nos enfrenta a cuestiones complejas y

abstractas como el paso del tiempo, la ambición, la vanidad,

el mito, la belleza… En los tiempos de lo digital, de los tratamientos

informáticos, del Photoshop, el cotizado Gilbert Garcin nos ofrece

la austeridad de una imagen estática y sin horizontes.

El artista artesano, deliberadamente arcaico, que habita en él

continúa sirviéndose de las viejas tijeras y de la cola de pegar,

también a la hora de recortar y adherir su silueta o su cabeza.

Conviene aclarar que el Monsieur Garcin presente en todas y

cada una de sus fotografías porta invariablemente el viejo gabán

de su abuelo y viste traje y sombrero, en permanente homenaje

a su admirado Magritte. Su protagonismo, que comparte

excepcionalmente con la silueta de su esposa, es tan absoluto que

este hombre acaba por hacérsenos sumamente cercano, familiar.

Garcin, sin embargo, niega la acusación de narcisismo:

«No conozco demasiado a ese señor. Podría haber contratado

a un actor, pero entonces no lo tendría disponible las 24 horas

del día. Yo no focalizo la atención del espectador sobre mí,

sino sobre el vacío en el que vivimos». Claro que Gilbert Garcin

tampoco sabe muy bien quién es Gilbert Garcin.

«Lo ignoro. Créame, no por tener más edad nos conocemos mejor».

En su casa de Marsella, donde se recupera de una lumbalgia que le

ha impedido atender sus últimos compromisos -su exposición en la

galería Hartman de Barcelona es uno de ellos-, Gilbert Garcin sostiene

que si volviera a nacer, no se dedicaría a hacer fotografías a los 20 años.

«Mi consejo a los jóvenes artistas es que comiencen a practicar

seriamente a partir de los 65″.

Bajo la figura supuestamente pequeño burguesa del vendedor de lámparas

de Marsella siempre hubo un hombre cultivado que apreciaba la pintura

y la literatura desde sus tiempos en la Escuela Superior de Comercio

de Marsella. «Nada más acabar la carrera, creé mi pequeña empresa y

he llevado una vida normal, pero, como otras muchas personas, siempre

he albergado el sentimiento de que la vida es una comedia y que estamos

aquí para cumplir un papel».

Al alcanzar los 65 años supo que debía partir de cero, si no quería

dejarse envolver en el tedio de las actividades para jubilados y la falta

de horizontes. «Me horroriza», dice, «frecuentar a gentes de mi edad

que están siempre volviendo al pasado y preguntándote si te acuerdas

de esto o aquello. No, yo no me acuerdo. Para mí, lo ideal es que el

presente aplaste el pasado».

El jubilado Garcin sentía una profunda necesidad de comunicar.

«Me sumergí en el arte de la fotografía como cuando te zambulles

en el mar, de cabeza y al fondo, y enseguida descubrí que en mi

etapa anterior yo había sido una esponja que había retenido un

montón de cosas interesantes. Todas esas ideas e imágenes que yo

había apilado a lo largo de mi vida terminaron, al final, por resurgir».

Publicado 25 NOV 2007   el diario  español, País

José Luis Barbería

 

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