Con las botas puestas
«Son muchos los que quisieran seguir trabajando
hasta el último de sus días y, si Dios así lo quiere,
que la muerte los encuentre, como le ocurrió a
don Mario, con sus botas puestas…»
Hernán Corral
El 17 de agosto habría cumplido 81 años. Pocos días antes, Mario Cortés
llegó a su puesto de barrendero en la Plaza de la Ciudadanía, frente al
Palacio de la Moneda, en el que estaba contratado, con el sueldo mínimo,
por la empresa licitada por el municipio para las labores de aseo.
Desempeñaba ese trabajo desde los 70 años, después de una larga vida
como minero. Según la breve nota del diario vespertino que informó del
suceso, don Mario esa mañana se sentó en una de las bancas de Teatinos
con Agustinas y se sumió en un sueño del que no despertó.
Unas carabineras apostadas en la plaza advirtieron su muerte al ver llorando
frente a él a una señora que solía pasar a saludarlo.
Quizás alguien pueda lamentar que una persona de avanzada edad,
ante la precariedad de su jubilación, haya tenido que seguir trabajando
para lograr cubrir sus necesidades y las de su familia. Lo ideal, se dirá,
es que su pensión hubiera sido suficiente para permitirle descansar
después de una larga vida de trabajo.
Pero no sé si don Mario estaría conforme con ese enfoque que, de una
manera u otra, encasilla a los adultos mayores en el mal llamado
«sector pasivo». Quiero imaginar que en su modesto pero noble oficio
encontraba un sentido de realización profesional que, en el marco de una
vida sacrificada, le daba alegrías y satisfacciones. El octogenario barrendero
habrá estado orgulloso de trabajar hasta el fin de sus días y de que
pueda decirse de él aquello de que «murió con las botas puestas».
El dicho alude originalmente a los soldados que fallecían combatiendo en
la batalla con sus botines calzados y se aplica con justificada admiración
a todos los que pasan a mejor vida en medio de sus labores cotidianas.
Ante la extensión de las expectativas de vida de la población se han
incrementado las políticas públicas dirigidas hacia la tercera edad,
que abordan diversos aspectos: salud, vivienda, estado físico, recreación;
incluso hay estupendos programas de turismo de bajo costo para los
adultos mayores. Me temo, sin embargo, que poco o nada se ha hecho
respecto de la mantención o reinserción laboral de los que alcanzan
la edad legal del retiro. Aunque jubilar no sea obligatorio, lo cierto es
que llegado el varón a los 65 o la mujer a los 60, todo el sistema presiona
para que pase a los «cuarteles de invierno» y deje de trabajar.
Una vez alcanzada la pensión, que, como se sabe, es muy inferior a los
ingresos que percibía antes de jubilar y a veces paupérrima
-por no decir miserable-, el jubilado no tiene opciones para postular a
nuevos puestos de trabajo, pese a que la Constitución y el Código Laboral
prohíben a los empleadores discriminar por razones de edad.
Existen buenas razones para afrontar este problema que, más allá de sus
repercusiones económicas, tiene resonancias en el bienestar psicológico
y físico de nuestros mayores. Un trabajo, un oficio, una actividad laboral
no solo dignifica a la persona que los ejerce: también le proporciona la
sensación de ser útil, de prestar un servicio a la comunidad y de que no
se es un estorbo o una carga social que solo pesa y nada entrega.
Las municipalidades, el Ministerio del Trabajo o el Servicio Nacional del
Adulto Mayor (Senama) deberían diseñar y llevar a cabo políticas públicas
que favorezcan y promuevan el empleo de personas de la tercera edad.
Podría pensarse, también, en cursos de capacitación específicos para
reinsertar a los mayores en nuevas posiciones en la empresa, de modo
que ello sea compatible con el derecho de las nuevas generaciones a
ascender a mejores puestos de trabajo. Sería de utilidad, además,
implementar apoyos o créditos blandos para emprendimientos innovadores
o crear subsidios para apoyar a las empresas que ofrezcan
trabajos idóneos para adultos mayores.
Son muchos los que quisieran seguir trabajando hasta el último de
sus días y, si Dios así lo quiere, que la muerte los encuentre,
como le ocurrió a don Mario, con sus botas puestas.
Nota de CyberAbuelos:
Son numerosos los ejemplos similares al de don Mario, y también
son muchos los pensionados que estarían dispuestos y muy bien
capacitados para seguir trabajando. Ojalá las empresas presten
atención y se interesen por contratar a personas de este segmento.
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